Es tarde ya, las
“11:30 P.M.” marca el reloj de números rojos iluminados, sabes
que es hora de descansar, pues el día fue muy ajetreado, la cena no
fue mala pues el huevo con tocino que te preparaste esta vez, se
coció mucho mejor que el de ayer.
Enciendes la
televisión, el resumen deportivo pasa en las noticias, te desvistes
hasta quedar en ropa interior, buscas ese pantalón de franela que tu
hermana la mayor te regaló aquella navidad para no pasar frio.
Destiendes la cama, o
mejor dicho, acomodas como puedes las cobijas y sábanas que se
encuentran hechas bolas desde la mañana en que no tuviste tiempo
(otra vez), para tender tu cama.
Apagas la luz y
recuerdas que no hay nada más relajante que disfrutar de un buen
cigarro antes de dormir, sentir ese humo cálido pasar por tu boca,
sentir como tus músculos se relajan, contener un poco y después,
expirar ese mismo humo que ha recorrido tu garganta, dejando un suave
sabor a tabaco. Así que sin más preámbulo abres el cajón del
buró, buscas entre tus libros favoritos que también guardas, aquel
cenicero de Las Vegas que tu amigo te regaló con tanto aprecio, y es
ahí mismo, junto al cenicero, dónde encuentras una cajetilla un
poco maltratada, la tomas, colocas el cenicero sobre el buró y abres
la cajetilla llevándote una gran sorpresa: ¡Se encuentra vacía!.
-¡Maldita sea!-
exclamas, -¡no puede ser! ¿cómo fui tan tonto y descuidado?-
Repites constantemente. La desesperación te invade, ¿y ahora quién
tendrá un cigarro que quiera obsequiarte?, Nadie, respondes
inmediatamente, pues recuerdas que vives en un edificio lleno de
jubilados que se durmieron hace 2 o 3 horas.
Tu garganta se
comienza a poner seca, la ansiedad hace que empieces a sudar, de
nuevo buscas la ropa que habías botado por allá en un rincón de tu
cuarto, agarras tus zapatos y una chamarra, sólo esperas que la
tienda de la esquina siga abierta, tomas tu cartera, revisas que aún
estén esos $50 pesos que guardaste con recelo para ocasiones
especiales como esta.
Sales a la calle, el
frío cala tus huesos, la noche es muy oscura, y como era de
esperarse, no hay nadie transitando a estas horas, recuerdas que es
miércoles y tu reloj de pulso indica que faltan 10 minutos para la
medianoche.
Tan mala ha sido tu
suerte que la tienda a la que ibas está cerrada, tu última
esperanza es caminar unas 4 calles más a esa tienda de 24 horas
dónde de seguro debe haber esa marca que tanto te gusta, te abrazas
bien de tu chamarra, pues el aire gélido arrecia contra ti, caminas
deprisa ya que sientes que te observan, que alguien entre las sombras
te persigue, sin embargo eso no importa, has hecho ya bastante como
para rendirte por tan sólo una mera suposición, avanzas cada vez
más apresurado, quisieras correr pero no quieres llamar la atención,
crees que con mantener un poco de calma, las cosas mejorarán.
Has llegado a la
tienda, -¡Unos rojos con filtro!- mencionas al empleado, mientras
señalas el aparador de cigarrillos.
-¡Son $45 pesos!- te
dice el empleado, quien al ver tu cara de molestia, agrega a su
comentario: -Lo que pasa es que ya es tarifa nocturna porque pasan de
las once de la noche.- No tienes opción, así que das tu billete y
esperas tu cambio.
-¡Has logrado tu
misión!- Piensas hacía ti mismo, abres la cajetilla, tomas un
cigarro, lo introduces en tus labios, prendes el encendedor y das la
vuelta de regreso a casa, te dispones a dar el primer paso y en eso
escuchas a tu lado -¡Hola amigo!, ¿nos regalas un pesito?- Cuando
intentas explicarles que ya no traes cambio como para obsequiarles,
sientes tras de ti, el brazo de un tipo rodear tu cuello y una navaja
a la altura de tus costillas.
-¡Apúrate carnal,
chécale si trae más lana!- Dice quien te tiene amagado a su
compañero que comienza a esculcar entre tus bolsillos. -¡Ni un
celular carga este pelado!, ¡yo creo que deberías hacerle una
rajadita para que se acuerde de cargar más dinero para la próxima
vez!- responde el otro.
-¡Toma el cambio y la
cajetilla y vámonos!- menciona quien te agarra, mientras te da un
puñetazo en la mandíbula, logrando con eso tirarte al piso.
Ya en el suelo
comienzan a patearte, -¡Eres un tonto!- repiten ambos, y se van.
Te encuentras
golpeado, un poco de sangre ha brotado de tu boca, y el abdomen te
duele bastante, pero volteas y aun sobre el piso se encuentra ese
cigarro que habías intentado prender, un poco maltrecho como tú,
aunque entero, te incorporas poco a poco, recoges el cigarro, y
observas que el junto a él se encuentra ese encendedor de plástico
que tus agresores tampoco quisieron. Pones el cigarro con cuidado
entre tus labios ensangrentados, prendes el encendedor con tus manos
raspadas y aspiras ese humo que tanto te relaja, que pasa de tu boca
hacia tu garganta, sientes como por unos instantes el humo está
dentro de ti, y como acto reflejo, “das el golpe”, ese golpe que
te hace contener un poco más ese humo que saldrá en tu expiración.
Caminas de regreso a
tu casa, tambaleante de la golpiza recibida, pero con una estúpida
sonrisa que te genera la sensación de fumar ese cigarrillo que tanto
anhelabas…
NOTA AL LECTOR: Este cuento es una adaptación al cuento original de Juan Pader, amigo y colaborador de Crónicas de la Madriguera, quien falleció hace exactamente 2 años. Lo hago como homenaje a una persona sumamente valiosa.