jueves, 23 de septiembre de 2010

Nunca hables con extraños

Todos crecimos con una advertencia que nos hacían nuestros padres, “Nunca hables con extraños”, pero curiosamente después de 33 años me he dado cuenta de que no he hecho caso a esa frase sobreprotectora.


A diario me comunico con gente extraña que no sé dónde vive, ni sé sus nombres completos, no sé en que trabajan o si estudian algo, no conozco a sus padres ni hermanos, sólo sé que por alguna razón tenemos algo en común. ¿Cuándo deja de ser extraña esa gente?, creo que jamás deja de serlo, a lo mejor te reúnes con ellos, charlas con ellos, compartes música o lees lo que escriben en un blog, pero nunca dejan de ser extraños, podrás ver sus fotografías en Facebook, podrás a diario saludarlos en Twitter o en el Messenger, podrás ir a sus fiestas de cumpleaños o sentarte junto a ellos en una comida familiar, pero siempre serán extraños. Les darás tu correo electrónico o tu número de celular, tu PIN de tu Black Berry o de tu Nextel, les podrás dar un poco de tu confianza y hasta les podrás invitar una cerveza, pero ellos son extraños.


Tal vez charles con el sujeto que está sentado a tu lado en el camión, o con la señora que está delante de ti en la fila del banco, a lo mejor te presta sus binoculares en un concierto, o te invita a los toros mientras se engulle un pedazo de pastel de boda, o quizá te de un aventón a tu casa en un día con lluvia torrencial. Pero ellos son extraños, entonces ¿por qué les hablas?, si tal vez nunca vuelvas a verlos, ¿qué no se supone que no deberías hacerlo? Si hasta mi perro le ladra a la gente extraña (lo acabo de ver hacerlo). ¿Acaso en el momento en el que te dicen su nombre al momento de estrechar tu mano, dejan de ser extraños?, ¿a poco ya por eso, los conoces y sabes todo de ellos?, o peor aún ¿ya por eso lo podrás llamar amigo?


El caso es que día a día le comparto un poco de mi vida a gente que ni conozco, día a día me leen, me dan consejos, se preocupan por mi, me ayudan, se meten en mi vida, y yo los dejo hacerlo. Gente extraña que tal vez nunca vea en persona.


Reconozco que muchas de esas personas me agradan, compartimos gustos, momentos, sentimientos, pero eso no los convierte en alguien que yo pueda decir que lo conozco perfectamente de pies a cabeza. Algunos se quedan y otros sólo van de paso.


En un mundo de apariencias, en un mundo dónde ya no es tan importante estar cerca de alguien, en un mundo dónde lo único que importa es lo que tu epitafio en vida diga, en un mundo dónde una forma de trascender se debe a lo que piensas y comunicas, en un mundo de gente extraña que te rodea, dónde tu también eres un extraño, en dónde yo soy una extraña y lo único importante es que “Nunca” debes decir “Nunca”

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Soy Mexicano


Le pregunté a un amigo que si iba a dar el grito el 15 de septiembre, me dijo que no, que no había nada que celebrar. Mi amigo tiene razón, no hay nada que celebrar, el sur del país está inundado y el noreste no acaba de recuperarse de los estragos dejados por el huracán Alex, la economía no despega y el desempleo no aterriza, la violencia está desatada y los políticos ven más por sus intereses propios y de partido que por los de la nación, tristemente no veo que celebrar.

Sin embargo, aunque no hay nada que celebrar, si hay mucho que conmemorar, recordar a todos aquellos hombres y mujeres que nos dieron patria, y no sólo me refiero a los que derramaron su sangre, sino también a los que con su sudor pusieron cada uno de los ladrillos de esta nación, a los olvidados de la historia, a los campesinos, obreros, hacendados, empresarios, profesionistas, empleados y todos aquellos que con su pequeña o gran labor han construido un cachito de patria.

En lo particular, quiero mencionar a dos mujeres, que si bien no pasaron a las doradas páginas de la historia nacional, si lo hicieron a las de mi historia personal. Una muerta, la otra viva, ambas nacidas en el extranjero y ambas nacionalizadas mexicanas por voluntad propia, la primera por derecho de permanencia, la segunda por derecho de sangre. Estas mujeres fueron mi abuela paterna y mi madre.

Mi abuela nació en Belén, Palestina, cruzó el basto océano siendo aun joven, pero ya con una niña en brazos, para reunirse con mi abuelo en busca de una mejor vida. No sé si fue mejor o no su vida, lo que sé es que ella hizo su vida aquí. Para ser franco, apenas recuerdo a la abuela, murió cuando yo tenía 4 años, sin embargo le guardo gran admiración y cariño gracias a las anécdotas que de ella me contaba mi madre. Cuando le preguntaban si quería regresar a su tierra, respondía que ella estaba en su tierra, una de sus célebres frases era: “Uno es de la tierra que le da de comer”. Jamás se sintió extranjera y aunque nunca perdió su acento ni el gusto por la comida de su tierra, siempre se sintió mexicana como el que más. “Soy majacana con babeles”, contaban en son de broma que decía la abuela.

Por su parte, mi madre nació en Pink Rock, Texas, siendo aun niña quedó huérfana de madre y por tal razón mi abuelo decidió regresar a su tierra natal. A ella le encantaba ir al otro lado de compras y la mataban los helados y los dulces gringos, podía pasar las horas caminando en el Mall, visitando tiendas de toda clase, pero cuando le preguntaban que por qué no reclamaba su ciudadanía americana, ella siempre respondía que le daba miedo que llamaran a sus hijos a la guerra; bueno esa era su respuesta, sin embargo alguna vez me dijo, que independientemente de la guerra, ella y nosotros seríamos allá latinos, ciudadanos de segunda clase, extranjeros, sin embargo acá, chueco o derecho, éramos mexicanos, que esta era nuestra tierra y que aquí jamás seriamos extraños. Yo tendría unos 17 años y ya sabía que era mexicano, pero esa noche, mientras veía la tele y cenaba con mi madre, comprendí que si bien la nacionalidad es un estatus legal, un papel, el sentimiento de nacionalidad no tiene que ver con el lugar donde se nace o donde nacieron los ancestros, sino con un sentido de pertenencia, en ese momento entendí que soy mexicano.