miércoles, 21 de julio de 2010

De Changoleón y otros seres




Hay varias incógnitas en la vida que me intrigan mucho, en esté el tema entra dentro de la categoría de fenómenos sociales y aunque me declaro una perfecta ignorante en el tema del cual voy a hablar hoy, quise escribir esto por que es algo que de verdad me inquieta todos los días.
Uno va pasando por las calles y no es ninguna sorpresa encontrarse con personas indigentes, pero ¿quiénes son esas personas?, o ¿quiénes fueron?, ¿qué tuvo que suceder para que ellos estén en esa situación?, ¿nacieron en la calle y siempre han vivido en ella?, ¿tenían familia o nunca la han tenido?, ¿cuáles son sus nombres?, si todos les llamamos “el loquito”, “el señor que no se baña”, “el teporochito de la esquina”, “Changoleón” (haciendo referencia al indigente que cobró fama mediática por ahí del 2006 más o menos), “el señor de la piedritas”, etc. Estas personas parecen sacadas de una historia de Dickens o de Poe, dan miedo, dan lástima, provocan irá, asco, o en algunos otros casos la indiferencia es la que gobierna. Parecen tan irreales, pero me consta que son más reales que mi propia existencia. Les contaré de tres personas que han sido, sin que ellos lo sepan, parte importante de mi vida. En el algún momento cuando me movía laboralmente por la zona de Polanco, me encontraba con un sujeto que vivía en la calle (claro como si vivir fuera una palabra que pueda aplicarse correctamente en este caso), el señor tendría no más de 50 años o tal vez menos, ya que con ese tipo de vida la gente aparenta más edad, parecía una persona pacifica, caminaba por la zona rascándose la cabeza y de vez en cuando se le podía encontrar sentado en el pasto afuera de la Cruz Roja, enormes capas de mugre lo cubrían, sin zapatos y con las piernas hinchadas y con llagas y heridas tanto en pies como piernas, realmente me impresiona que haya personas que puedan caminar en esas condiciones de dolor y podredumbre, podía uno olerlo a 10 metros de distancia, su olor mezclaba orines, sudor, tierra, suciedad y seguramente el hedor de algo que se está descomponiendo. Cada que me topaba con él, no podía evitar sentir náusea al grado de tener que atravesar la calle o caminar rápidamente para alejarme de él, después de que lograba huir de su presencia, me sentía como una verdadera idiota y el asco que en algún momento sentí por él ahora era hacia mi persona por mamona. Cuando deje de trabajar por esa zona él desapareció de mi vida. La segunda persona indigente que tuvo su impacto en mí, fue aquel viejito que recogía piedritas enfrente de la Clínica del Seguro Social No. 52 de Infonavit Norte en Cuautitlan Izcalli, el sujeto era conocido por todos los que vivimos por aquella zona, se había convertido en parte del paisaje, se había mimetizado con el asfalto y la terracería del camellón, durante casi 20 años que viví ahí, lo veía en el mismo lugar y haciendo lo mismo, “juntaba piedritas” hasta que hacia montañitas de las mismas, sólo se cubría con una vieja y sucia cobija que seguramente alguien le regalo ya que él viejillo lejos de causar lástima causaba ternura, aún no entiendo por qué. Un día deje de verlo, y no tarde mucho en preguntar a un taxista de la zona si sabía algo del “piedritas”, y me dijo que tenía un mes que había muerto, no sé si tuvo un funeral, no sé si alguien le lloró, no sé si alguien más sintió su perdida, pero yo si lloré, por alguna razón me dolió su muerte. Descanse en paz. La tercera persona tal vez sea la más importante, no sé su nombre ni quiero saberlo, se trata de una señora que por alguna extraña razón o por para-joda de la vida me topó constantemente. Todo comenzó un día que se subió al mismo camión dónde yo venía, tomó el transporte en la esquina de Ejercito Nacional y Periférico, se sentó junto a un hombre de mediana edad, al parecer está señora sube a los camiones presentando una credencial que de alguna manera le permite viajar gratis, al sentarse se le caen sus llaves al suelo y comienza a perder el juicio agrediendo física y verbalmente al señor que venía sentado a su lado, en un momento de lucidez recoge las llaves del suelo y el sujeto logra parase y cambiarse de asiento, la escena incomodo a todos los pasajeros y la señora se bajo hasta Cuautitlan Izcalli cerca de la ENEP, después de ese día me la encontraba constantemente caminando por esa zona o subiéndose a los camiones en el mismo lugar de Periférico. En algunos casos noté que los chóferes ya no la subían por que no tardo mucho en hacerse de fama entre ellos por su actitud tan agresiva. Poco tiempo después me correspondió a mí ser la compañera de asiento de esta persona, su olor podía incomodarme, pero más me pudo incomodar la situación que se dio, al sentarse comenzó a hurgar en su bolsa (la cual es enorme y nunca anda sin ella), comenzó a gritarme que “yo le había quitado su credencial”, me insultó, me dijo que se las iba a pagar y poco falto para que me agrediera físicamente, entre todo el barullo, ella logró encontrar su credencial y por increíble que parezca no me moví de lugar, no pude hacerlo, estaba paralizada de miedo, temblando y haciendo que mi mente pensara que estaba en otro sitio, después de ese día mi vida cambio, ella logró crear en mí un miedo y un terror indescriptible, cada que la veía sentía que mi corazón se me salía por la boca, pero además de eso, me la topaba a dónde yo fuera, en el metro Camarones, en las calles de Polanco e Izcalli, el los camiones y hace pocos meses me la tope nuevamente caminando por la zona de Perinorte. Es fácil de reconocer su cabello lacio, canoso y bien cortado a la altura de la nuca, su bolso enorme floreado en color beige, su suéter viejo en color gris, sus enorme ojos redondos y desorbitados, su caminar hablando sola siempre, y mentando madres a quien se le ponga enfrente, y su olor, su maldito y jodido olor. Sé que mientras ella y yo estemos vivas y sigamos pisando el suelo del DF y del Estado de México, me la seguiré encontrando, lo que no sé, es si algún día podré perderle el miedo que ella infunde en mí. Cada que veo a alguien como las personas de las que les acabo de platicar se me comprime el corazón, pero voy a ser muy sincera, aunque si me apeno por ellos, la razón principal de mi pena es por el miedo que me provoca pensar que si la fortuna me juega chueco o mis actos son incorrectos yo pueda ser “la señora loca que camina con sus perros”, espero y lucho por que eso nunca suceda, que no esté trazado en el plan y que me quede con mis interrogantes y mi ignorancia al respecto.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parece muy loable que dediques unos renglones a las vidas de tan desafortunadas personas, con un grano de arena comienzan las tormentas del cambio y quizas de la mejora de las vidas los mas desafortunados.

Javo!! dijo...

Sabes! no puedo dejar de pensar de un indigente que le pusimos el "hermano" ya que siempre se acercaba con la indumentaria de un indigente y te decia "una limosnita mi hermano" un día hace ya como 15 años jugando entre las vias del tren bajo un guatemalteco...

No se si su plan de vida estaba trazado y debia acabar como indigente, nadie sabe su nombre lo que si es que ha envejecido con la colonia al principio me daba mucho miedo y su pestilencia era repugnante... hoy es como un buzón en la colonia. Parte del paisaje... Miles de historias se han hecho de el.. desde que es robachicos o que vende drogas y hasta han dicho (que me suena logico) que es el "desahogo" de muchos gays... Pero seguro que la historia que hasta el mismo quisera escuchar es la de cómo un día perdio lo más valioso de cualquer persona: su identidad para convertirse en "el hermano"

Saludos!

ANYELYT dijo...

Es algo en que tod@s deberiamos preguntarnos, buen post.
SALUDOS.