sábado, 21 de agosto de 2010

Zombis en la Glorieta de Insurgentes


Si la ciudad de México fuera una gran sabana, la Glorieta de Insurgentes sería una especie de estanque, donde las diversas especies de la fauna urbana acuden a beber las frescas aguas de la tolerancia.

Ahí encontramos manadas de nerviosos emos, inquietos skatos, ruidosos reguetoneros, siniestros darks y parvadas de cortejantes gay; también acuden exuberantes punketos e imponentes metaleros; muy de vez en cuando pueden asechar pequeños grupos de skin heads, que suelen atacar a los gay desbandados, pero ponen píes en polvorosa en cuanto un enjambre de mariposillas salvajes los repelen al grito de “no somos machos, pero somos muchas”. Esto sin contar con las hordas de pedigüeños, vendedores ambulantes, los indígenas de la sierra de Puebla (nunca he entendido por qué todos son de la sierra de Puebla) y por supuesto los chemos o moneros.

Entre todo este barullo, invisibles ante la faz del sol, están Ellos, los sin nombre, los que ni siquiera merecen el apodo del changoleón. Apenas se mueven, ya ni siquiera son capaces de pedir una moneda, jamás les he oído hablar. Nadie estaría conciente de su existencia sino fuera por la estela de hedor que dejan a su paso, un hedor a sudor, mugre, heces y carne en descomposición que taladra el olfato hasta penetrar al mismo cerebro.

Ellos no son una tribu, no tienen familia, amigos ni compinches, son sólo Ellos y sus restos. ¿Quiénes son? Ni Ellos mismos lo saben, hace tiempo que no figuran en los censos, no tienen credencial del elector, RFC, CURP ni mucho menos pasaporte, para el Estado no existen. Los sin nombre no tienen apellido, para Ellos no hay padre, madre, hermanos, conyugue o hijos, para la familia tampoco existen. Aquellos que no merecen apodo, no tienen amigos, compinches, conocido ni siquiera vecinos, para su comunidad también son inexistentes. Es como si estuvieran muertos y por alguna macabra broma del destino siguieran deambulando entre nosotros.

Entonces… ¿Qué son? Definitivamente no son miembros de alguna de las tribus urbanas, como ya dije, Ellos no tienen amigos ni compinches, ni siquiera socializan entre los de su especie. Aunque nada poseen más que las garras que los cubren, que en otros tiempos fueron ropas y ahora no son más que mortajas, tampoco son desposeídos, pues hasta el más humilde de los pordioseros tiene una identidad, un nombre o apodo, un recuerdo de lo que fue, una ilusión, un deseo, la capacidad para pedir una moneda o un trozo de pan, la voluntad para seguir viviendo, pero Ellos, Ellos ni siquiera tienen eso.

Están más allá que cualquier marginado, pues el marginado vive al margen de la sociedad, Ellos ya han sobrepasado por mucho la última frontera social. Están tan marginados, que hasta los más crueles skin heads, a los que tanta gracia les causa patear indigentes dormidos bajo algún resquicio, no se dignan ni siquiera a insultarlos, mucho menos patearlos, les causan tanto asco que se salvan de su iniquidad.

Si bien la cordura los ha abandonado y sus facultades mentales están casi extintas, sólo y cruelmente, parecen seguir vigentes aquellas funciones autónomas, no pueden clasificarse como dementes abandonados a su suerte. Su mente está tan consumida que ni siquiera es capaz de darles albergue a los demonios de la locura.

Ellos tampoco son adictos, pues ya bebieron tanto alcohol, fumaron tanta mota, inhalaron tanto solvente, que de tanto y tanto atizarle las patas al diablo incendiaron su alma, nada queda de ella, el diablo se la ha llevado. Sólo quedan huesos, carne, viseras y sangre con apenas un hálito de vida.

Son pocos y pronto desaparecerán, aunque detrás de ellos vendrán otros. Diría que se mueren, pero no, ellos no mueren, simplemente se extinguen, sus restos quedaran tendidos en un rincón de la Glorieta de Insurgentes, luego, seguramente algún funcionario del Servicio Médico Forense tendrá, la nada grata, tarea de recoger aquel cadáver a medio descomponer, no habrá necropsia y acabará en una fosa común.

Ellos no tienen funerales, esquelas ni siquiera una oración, pues hace tiempo que han dejado de existir para los demás, lo que equivale a estar muertos aunque vivan. No habrá una sola lágrima cuando se extinga el último aliento de los vivos murientes, los Zombis de la Glorieta de Insurgentes sólo dejarán tras de si el hedor de su existencia
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